En lo relativo a emociones e intenciones, en general estamos bastante perdidos, debido a que desde pequeños nos han enseñado a razonar, a memorizar, y a abstraer, pero nadie nos ha enseñado a conocer y a optimizar nuestros propios recursos emocionales para preservar nuestra salud, para pensar de forma más objetiva, y para adaptarnos positivamente a lo que sucede en nuestro entorno.
En general, cuando nos hablan de emociones pensamos en sentimientos, pese al enorme impacto que tienen las emociones en nuestros organismos. Las emociones son el principal elemento conector cuerpo-mente, y las que nos obligan a “vestirnos” en nuestro propio cuerpo, lo que sentimos y lo que pensamos.
Las emociones se podrían definir como respuestas a sucesos reales o imaginarios que se manifiestan simultáneamente como sentimientos y como procesos físicos.
La respuesta física asociada, tiene como fin preparar al organismo para afrontar un suceso concreto en condiciones óptimas, y tiene lugar a través de la liberación de mediadores químicos, como las hormonas y ciertos neuropéptidos, que inciden sobre la expresión de los genes.
Cuando creemos que existe una amenaza, sentimos miedo y se estimula la liberación de adrenalina y cortisol para optimizar los recursos físicos de cara a luchar o huir: el corazón late más rápido, se modifica la distribución del riego sanguíneo dándole prioridad a los músculos, la visión se hace más aguda, etc.
En el reino animal el impacto físico y psicológico de las emociones puede ser muy intenso, pero es bastante limitado en el tiempo, sea cual sea el desenlace final (escape o muerte), lo que resulta muy positivo debido a que las mismas respuestas físicas que ayudan a salvar la vida ante una amenaza, pueden acabar ocasionando enfermedades si se prolongan demasiado en el tiempo.