¿Qué es un ser humano? ¿Una máquina? ¿Una entidad física, mental y espiritual?
Las distintas concepciones de lo que significa ser humano condicionan las distintas formas de practicar la medicina y los distintos abordajes terapéuticos.
«La medicina psicosomática no es una parte de la medicina, sino una concepción de la medicina”
Henry Ey (1978)
Todos y cada uno de nosotros somos seres psicosomáticos, lo que significa que nuestras emociones y pensamientos tienen un gran impacto sobre el funcionamiento de nuestro organismo, y en definitiva sobre nuestra salud física.
En general, cuando nos hablan de emociones pensamos en sentimientos, pese al enorme impacto que tienen las emociones en nuestros organismos.
Las emociones son el principal elemento conector cuerpo-mente, y las que nos obligan a “vestirnos” en nuestro propio cuerpo, lo que sentimos y lo que pensamos.
Las emociones podrían definirse como respuestas a sucesos reales o imaginarios que se manifiestan simultáneamente como sentimientos y como procesos físicos.
La respuesta física que desencadena una emoción, tiene como fin preparar al organismo para afrontar un suceso concreto, (real o imaginario), en condiciones óptimas, y tiene lugar a través de la liberación de mediadores químicos, como las hormonas y ciertos neuropéptidos, que inciden sobre la expresión de los genes.
Si creemos que existe una amenaza (proceso mental) aunque en realidad no exista, nuestra respuesta física y psicológica será la misma que si objetivamente existe , ya que las respuestas emocionales no dependen de lo que realmente sucede en nuestro entorno, sino de lo que creemos que sucede. Del mismo modo, cuando no reconocemos una amenaza objetiva, la respuesta emocional no tiene lugar, y nuestra conducta puede ser desadaptativa y hacernos vulnerables.
Podemos concluir que nuestro estado de salud o enfermedad se encuentra estrechamente vinculado a nuestras creencias, de ahí que el conocimiento objetivo se traduzca en adaptación física y psicológica.
Cuando creemos que existe una amenaza, sentimos miedo y se estimula la liberación de adrenalina y cortisol para optimizar los recursos físicos de cara a luchar o huir: el corazón late más rápido, se modifica la distribución del riego sanguíneo dándole prioridad a los músculos, la visión se hace más aguda, etc. Si nuestra creencia se corresponde con la realidad nuestra capacidad de adaptación se ve incrementada.
En el reino animal el impacto físico y psicológico de las emociones puede ser muy intenso, pero es bastante limitado en el tiempo, sea cual sea el desenlace final (escape o muerte), lo que resulta muy positivo debido a que las mismas respuestas físicas que ayudan a salvar la vida ante una amenaza, pueden acabar ocasionando enfermedades si se prolongan demasiado en el tiempo.
Cuando vemos amenazas donde objetivamente no las hay, o no las vemos donde realmente las hay, nuestra capacidad de adaptación se ve muy limitada.
Los miedos juegan un papel clave en nuestra salud física y psicológica porque se apoderan del pensamiento para justificarse a sí mismos, lo que maximiza el impacto físico de la respuesta a la amenaza. Cuando reconocemos los miedos como tales y no los justificamos racionalmente, su impacto físico y psicológico se minimiza.
Cuando no reconocemos nuestros miedos como tales y la respuesta física a la amenaza se prolonga en tiempo, nuestro sistema inmunitario se ve debilitado, lo que nos hace vulnerables a infecciones y a proliferaciones celulares descontroladas, nuestro sistema cardiovascular se ve crónicamente forzado, nuestro cerebro y otros órganos fundamentales no reciben el aporte sanguíneo que necesitan para su funcionamiento óptimo, etc.
En el caso de los seres humanos actuales, la mayoría de amenazas que experimentamos se relacionan con nuestros propios miedos ( miedo a no disponer de los recursos materiales necesarios, miedo a perder a los que amamos, miedo a no alcanzar nuestras metas, etc.) lo que acaba socavando nuestra salud.
El pensamiento humano rememora los sucesos emocionales desencadenantes de esas respuestas, una y otra vez. Pensamos una vez en aquello que más tememos, lo que reactiva las respuestas físicas y psicológicas asociadas, poniendo en peligro nuestra salud.
En lo relativo a la salud, no existe una frontera que separe la experiencia física de la experiencia psicológica. No somos un conjunto de partes o sistemas inconexos, sino una realidad psico física que debe ser concebida y abordada como totalidad.
Una nutrición adecuada, hábitos de vida saludables, junto a las creencias adecuadas en relación a lo que realmente sucede en nuestro entorno, supone la clave del bienestar.
Las emociones juegan un papel crucial en la salud, y su impacto negativo sobre la misma se ve incrementado, precisamente por el desconocimiento de ese impacto.
En lo relativo a emociones, en general estamos bastante perdidos, debido a que desde pequeños nos han enseñado a razonar, a memorizar, y a abstraer, pero nadie nos ha enseñado a conocer y a optimizar nuestros propios recursos emocionales para preservar nuestra salud, para pensar de forma más objetiva, y para adaptarnos positivamente a lo que realmente sucede.
Procesos psicoemocionales como el estrés, la ansiedad y la depresión ejercen un gran impacto sobre la salud física, y han llegado a convertirse, según la OMS, en las grandes pandemias del siglo XXI, así como en la segunda causa de absentismo laboral en occidente.
Tras veinticinco años de práctica en Medicina integrativa, he llegado a comprender que esta pandemia es consecuencia directa de una falta de atención, información y formación tanto en lo relativo a las emociones, como en lo relativo a su impacto sobre la salud.
Comprender el impacto de ciertos procesos psico- emocionales sobre la salud, permite revertir a tiempo muchos desórdenes, inicialmente funcionales, evitando su cronificación y la dependencia indefinida de fármacos.
Todos los órganos y sistemas que conforman el organismo se encuentran interconectados entre sí y estrechamente relacionados con la esfera psicoemocional, por lo que las causas de ciertos desórdenes deben buscarse en muchos casos más allá del órgano o sistema enfermo, lo que permite intervenir sobre el verdadero origen del problema de cara a revertirlo.
La medicina integrativa contempla al individuo como totalidad y como participante activo, tanto en el proceso de enfermar como en el proceso de recuperar la salud. Modificar ciertas emociones, intenciones, hábitos físicos y psicológicos, etc. requiere de una participación activa por parte del paciente.
La prescripción sistemática de psicofármacos ante la pandemia de estrés, depresión y ansiedad que estamos viviendo, no soluciona el problema, sino que lo enmascara si no se resuelve el conflicto de base relacionado con emociones e intenciones, en muchos casos no reconocidas, que rompen el equilibrio físico y psicológico del individuo.
Por otra parte, los efectos adversos asociados al uso sistemático de fármacos han llegado a convertirse, según publica el Journal of American Medical Association, y el British Medical Journal, en la tercera causa de muerte en el mundo, precedida por el infarto y el cáncer, lo que obliga a cuestionar los beneficios reales de la farmacoterapia sistemática.
La práctica de una buena medicina integrativa, requiere dedicar más tiempo al paciente para conocer no sólo su historia clínica, sino sus hábitos y carencias físicas y psicológicas, sus metas e intenciones, y sus recursos psicológicos.
La aproximación terapéutica debe ser diferente si el desencadenante de un proceso patológico concreto se encuentra en hábitos de vida no saludables, en la carencia de nutrientes/ oligoelementos concretos, o en hábitos mentales auto destructivos.
Hoy sabemos que la manifestación de predisposiciones genéticas como desencadenantes potenciales de ciertos procesos patológicos, depende de factores epigéticos, es decir, de los estímulos exteriores que inciden sobre los genes. Nuestras emociones y pensamientos suponen un factor epigenético clave.
Somos participantes activos en el proceso de enfermar, y también debemos serlo en el proceso de recuperar la salud. Para ello tenemos que dedicar tiempo a observar nuestras propias emociones e intenciones, de las que no siempre somos conscientes, lo que nos permite modificar nuestras reacciones físicas y psicológicas.
La terapia basada en Mindfulness permite enfrentar hábitos físicos y psicológicos que actúan como detonantes de desórdenes físicos, inicialmente funcionales, que de no ser erradicados a tiempo llegan a convertirse en enfermedades francas.
El principal objetivo de la terapia basada en Mindfulness es enseñar al paciente a focalizar la atención, a observar y a ser consciente de los contenidos emocionales que condicionan su experiencia subjetiva, su salud, y su conducta, lo que limita su impacto sobre el organismo.