Nos ha tocado vivir una época compleja, no solo por las duras circunstancia sanitarias y sociales que ha traído consigo la pandemia, sino por el desconcierto que está generando en la población general el enfrentamiento que tiene lugar en el seno de la comunidad científica, en relación a las verdaderas causas de esta tragedia global.
Los ciudadanos necesitan conocer la verdad, ya que de ello puede depender su vida y la vida de sus seres queridos, pero la mayoría carece de la formación necesaria para encontrarla dentro de la vorágine de información, confusa y contradictoria, que circula en los medios y en las redes.
Las hipótesis defendidas por los científicos considerados «serios» por los medios, se enfrentan estrepitosamente a la información que proporcionan aquellos calificados como «negacionistas» por los mismos, sin que resulte fácil precisar cuál de esas facciones es la verdaderamente científica.
En primer lugar, debemos aclarar qué es lo que hace que una hipótesis sea científica y, en este sentido, la aportación del filósofo austriaco Karl Popper resulta definitiva. Según Popper una teoría se considera científica, no porque se haya probado su verdad, sino porque ofrece al resto de investigadores la posibilidad de poder demostrar su falsedad.
Tal y como afirma el filósofo de la ciencia Edgar Morín en su libro Ciencia con Consciencia: «El conocimiento científico progresa por eliminación de errores, no por aumento de verdades».
Entonces, ¿qué es lo que hace que una teoría sea científica si no es su verdad?
Podemos afirmar que una teoría es científica cuando se acepta que su falsedad pueda ser eventualmente demostrada. Una doctrina, un dogma, por su parte, encuentran su verificación en el pensamiento sacralizado de sus fundadores, en la certeza de que la tesis ha sido suficientemente probada, etc.
Las hipótesis científicas, según Morín, a diferencia de los dogmas, son «biodegradables», y se aceptan por consenso hasta que nuevos datos empíricos logran “disolverlas”.
La ciencia es un campo abierto en el que combaten no solo las hipótesis, sino también los principios de explicación, las visiones del mundo y los postulados metafísicos. Pero, tal y como afirma Morín, «…este combate tiene y mantiene sus reglas del juego: el respeto a los datos, por una parte; la obediencia a criterios de coherencia por la otra».
Copérnico fue un importante negacionacista en la medida en la que aportó información que puso en jaque la teoría geocentrista de la Iglesia, y gracias a su actividad hoy sabemos que es la tierra la que gira alrededor del sol, y no al contrario.
La hipótesis que sostiene que la actual pandemia ha sido generada por un coronavirus (Sars Cov 2) que mutó espontáneamente en un murciélago e infectó a la especie humana, que se detecta y diferencia del resto de coronavirus mediante PCR, y que se propaga por contacto directo, o a través de objetos contaminados (fómites), sería científica si sus defensores hubieran estado abiertos al debate científico, absteniéndose de calificar como negacionistas a todos aquellos miembros de la comunidad científica cuyo trabajo, e ineludible responsabilidad, es aportar datos empíricos incompatibles con dicha hipótesis.
Guardar silencio, obviando información incompatible con la hipótesis vigente para preservar el propio puesto de trabajo, es humano, pero no es científico.
La información que aporta la experiencia es la que hace posible la evolución del conocimiento científico, pero en relación a la experiencia cabe resaltar la existencia de factores ajenos a la propia ciencia que condicionan profundamente la experiencia con la que cuentan los científicos y, en consecuencia, la dirección en la que evoluciona su conocimiento y la propia ciencia.
El factor «financiación», ha demostrado jugar un papel clave en la evolución del conocimiento científico, ya que condiciona la experiencia con la que cuentan los científicos, y en consecuencia la posibilidad de elaborar hipótesis que permitan comprender un aspecto concreto de la realidad.
En el pasado se denominó espíritu científico, al factor intangible que inducía a los investigadores a realizar preguntas de interés común, y a observar un aspecto concreto de la realidad en busca de respuestas que incrementaran la calidad de vida de todos los miembros de la sociedad global.
Por desgracia, con el paso del tiempo el espíritu científico ha sido peligrosamente suplantado por el espíritu más oscuro de los que financian selectivamente ciertos proyectos de investigación, no ya en relación al interés común, sino en relación al interés de sus propios bolsillos.
Si Copérnico hubiera prescindido del espíritu científico, limitándose a llevar a cabo proyectos de investigación subvencionados y forzosamente localizados en el interior de una profunda cueva en la que no viera jamás la luz del sol, difícilmente hubiera llegado a cuestionar la incorrecta teoría geocentrista defendida por la Iglesia.
Tal y como afirma Edgar Morín:
«La técnica producida por las ciencias transforma a la sociedad, pero también, retroactivamente, la sociedad tecnologizada transforma a la propia ciencia. Los intereses capitalistas, económicos, el interés de estado, juegan un papel activo en ese circuito por sus finalidades, sus programas, sus subvenciones. La institución científica sufre los constreñimientos tecnoburocráticos propios de los grandes aparatos económicos o estatales, pero ni el estado ni la industria ni el capital son guiados por el espíritu científico.»
A principios del siglo XX, John D. Rockefeller controlaba el 90% de todas las refinerías de petróleo americanas, y su financiación selectiva de la medicina farmacológica (petroquímicas), junto a la demonización de las medicinas ancestrales, naturales y holísticas, dio lugar a la medicina actual, forzosamente ajena a aspectos fundamentales de la naturaleza humana y de la relación cuerpo-mente.
El impacto social de esa financiación selectiva en la investigación biomédica ha sido enorme, ya que no solo ha impedido comprender aspectos clave de la naturaleza humana, sino que ha condicionado de forma drástica la idea general de lo que somos, y lo que significa ser humano.
Al minimizar el concepto de lo que significa ser humano, esta financiación selectiva ha desdibujado cualquier posible objetivo existencial relacionado con la evolución del conocimiento y de la conciencia, en conexión con el espíritu científico, irremediablemente enfrentado al espíritu oscuro que anima a las élites financieras que conciben el enriquecimiento personal como única meta existencial.
Los que financian selectivamente ciertos proyectos de investigación científica en relación a su propio beneficio, financian simultáneamente los medios de comunicación, y las redes sociales, lo que limita extraordinariamente el acceso de la población a una información veraz.
La ciencia, en la actualidad enfrenta un grave problema relacionado con elegir el “espíritu” que guiará su evolución en el futuro.
Reconocer la existencia de un espíritu científico que vela por el interés común, enfrentado en el seno de la propia ciencia a un espíritu más oscuro que vela por el interés personal, dividirá inevitablemente a la comunidad científica en dos facciones enfrentadas, hasta que el poder que proporciona la verdad otorgue la victoria definitiva a los que se demuestran capaces de anteponer el «nosotros» al «yo».
7 Comments
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Álvaro
Gracias Carmen por aproximarnos a la realidad.
Jaime
División en la Comunidad científica y en la Sociedad.
Como siempre brillante carmen.
Muchas gracias.
Zupo
Gracias Carmen. Bravo! muy clarificador 🙏🏼
Ana
Artículo claro y riguroso , dirigido a analizar el núcleo de esta realidad: la ciencia prostituida.
Muchas gracias Carmen , por esta valiosa aportación
Katia
Muchas gracias Carmen, por una información tan valiosa y necesaria .
Susana
Gracias Carmen!. Siempre es un lujo leerte y escucharte!!
Yisselle
Carmen! MUCHAS Gracias por tus aportaciones
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